S Magister sobre Sorondo-China



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"Puedo entender que, en el entusiasmo de querer los acuerdos entre China y el Vaticano, se admire y se exalte la cultura china, el pueblo chino, la mentalidad china, como hace el papa Francisco. Pero presentar a China como modelo... ".
Se sobresalta el padre Bernardo Cervellera, director de la agencia Asia News, del Pontificio Instituto de las Misiones Extranjeras, al comentar los juicios del obispo argentino Marcelo Sánchez Sorondo, al regresar de un reciente viaje a China.
Sánchez Sorondo es canciller de dos academias pontificias, la de las Ciencias y la de las Ciencias Sociales, además de emprendedor vasallo de la corte del papa Francisco. Y de hecho han impresionado profundamente las alabanzas al régimen de Pekín lanzadas por él en una entrevista publicada hace pocos días en la sección en idioma español de Vatican Insider:
He aquí una pequeña antología:
"En este momento, los que mejor realizan la doctrina social de la Iglesia son los chinos".
"La economía no domina a la política, como ocurre en Estados Unidos. El pensamiento liberal ha liquidado el concepto de bien común, afirma que es una idea vacía. En cambio, los chinos buscan el bien común, subordinan las cosas al bien general. Me lo aseguró Stefano Zamagni, un economista tradicional, muy considerado en todas las épocas, por todos los Papas”.
“Encontré una China extraordinaria. Lo que la gente no sabe es que el principio central chino es: trabajo, trabajo, trabajo. No hay de otra, en el fondo es como decía San Pablo: el que no trabaje, que no coma".
"No tenés villas miserias, no tenés droga, los jóvenes no tienen droga. Hay como una conciencia nacional positiva. Los chinos tienen una calidad moral que no se encuentra en muchos lados".
"El Papa ama al pueblo chino, ama su historia. En este momento existen muchos puntos de encuentro. No se puede pensar que la China de hoy es la China que tenía Juan Pablo II o la Rusia de la guerra fría".
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Inútil decir que Sánchez Sorondo volvió entusiasmado de su viaje a China. Tan entusiasmado como para hacer retroceder la memoria a medio siglo atrás, a los diarios de viaje de muchos famosos intelectuales, escritores, hombres de Iglesia que fueron a China al final de la Revolución Cultural, estación terrorífica, fanática, sanguinaria, también admirada y exaltada por ellos como acta de nacimiento de una nueva humanidad virtuosa.
A continuación, presentamos un fragmento ejemplar de esos presuntuosos diarios de los comienzos de los años ’60. Fueron autores dos católicos italianos de primerísimo nivel: Raniero La Valle (n. 1931), ex director del diario católico de Bolonia, "L'Avvenire d'Italia", y celebrado cronista del Concilio Vaticano II, y Gianpaolo Meucci (1919-1986), discípulo de don Lorenzo Milani y presidente del Tribunal de Menores, de Florencia.
El viaje del cual brindan su relato lo llevaron a cabo en 1973, entre la fase más cruenta de la Revolución Cultural (1966-1969) y la de la muerte de Mao Zedong (1976).
Al releer esta exaltación de la sociedad china hecha por ellos causa impresión la similitud con lo que dice hoy monseñor Sánchez Sorondo.
También respecto a la Iglesia china de ayer y de hoy los juicios de unos y del otro no son tan diferentes. Lo que sueñan es una Iglesia no "extranjera", sino "chinoizada", es decir, precisamente lo que quieren – a su modo – los actuales dirigentes de Pekín: una Iglesia sometida totalmente a su poder.
Pero antes de dar espacio a este diario de hace medio siglo, es necesario hacer una puntualización sobre el profesor Zamagni, citado por Sánchez Sorondo para apoyar sus opiniones.
Nada más erróneo. Zamagni, economista de fama mundial, ex decano de la Facultad de Economía de la Universidad de Boloña, interpelado por el diario online de su ciudad, Rimini, no quiso comentar las palabras de monseñor Sánchez Sorondo, pero son suficientes un par de sus citas para mostrar cómo él se sitúa en las antípodas.
En el 2015 dijo en una entrevista publicada en "Famiglia cristiana": "China creyó [que podía] ir contra natura. Éste es el mal chino. Pekín ha adoptado el modelo de la economía de mercado capitalista en el interior de un sistema comunista dictatorial con un partido único marxista-maoísta. También el más desprevenido sabe que este matrimonio no se puede hacer".
Hace un año, en "Avvenire", denunció “la separación cada vez más profunda entre el capitalismo de mercado y la democracia”. Y en noviembre pasado, en un congreso en la Pontificia Universidad Gregoriana, confirmó: "La economía de mercado capitalista ha sido siempre visualizada como equilibrada por la democracia, a través del 'estado de bienestar'. Pero la novedad de estos tiempos es que se ha roto este vínculo: se puede ser capitalista sin ser democrático". Ambas veces dijo: “El ejemplo de escuela es el de China".
Urgente retorno a la realidad.
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NOTAS DE VIAJE
por Gianpaolo Meucci y Raniero La Valle
[Tomadas de "Incontro con la Cina", Libreria Editrice Fiorentina, Firenze, 1973, pp. 70-73]
La sociedad china está llena de vivacidad, de alegría, de serenidad. En un mes de permanencia en China no se ha tenido jamás la más fugaz impresión de la existencia de un poder policíaco imperante. También los centinelas en el palacio de gobierno, que también buscan de todos los modos posibles darse un aire marcial, parecen casi ridículos si se los compara con sus colegas de Occidente, así como en comparación nuestros soldados que custodian los cuarteles o los monumentos tienen la figura de soldados nazis.
China es un país regulado no por una ley, sino por la adhesión a una fe, bajo la guía de una estructura sacerdotal, todavía no alejada de las masas, y es una fe alegre y liberadora que incluso prevé un carnaval, los días del año nuevo lunar, en los cuales sobre todo los campesinos consumen sus ahorros y gastan cifras significativas, en comparación con los ingresos, proporcionados benévolamente por los mismos municipios.
Es por esto que la experiencia china deja un signo indeleble en cada visitante que se encuentra imprevistamente viviendo en un mundo soñado por él, en una sociedad de hombres comprometidos en liberar alegremente al hombre, impulsados por la fe en el hombre.
Pero quisiéramos agregar algunas anotaciones sobre el encuentro que hemos tenido con la Iglesia Católica que está en Pekín, para encontrar una clave interpretativa de la realidad china.
Era domingo y pedimos que nos pusieran en condiciones de poder asistir a Misa en la iglesia católica de Nam-Dang, que había sido reabierta al culto después de un breve periodo de cierre durante los años de la Revolución Cultural.
La que podía ser una experiencia rica de significado y de esperanza fue en realidad la más dolorosa y mortificante entre todas las experiencias de nuestro largo viaje.
Es común a todos nosotros el juicio concluyente: es bueno y es necesario que desaparezca una Iglesia de este tipo, si se quiere que el anuncio evangélico pueda llegar en un mañana al pueblo chino y abrirlo a otra dimensión.
La iglesia de Nam-Dang es el monumento de la mentalidad colonialista que durante siglos ha envenenado la acción misionera de la Iglesia, aceptada por la mayoría y confrontada por pocos espíritus iluminados.
Piensen en una iglesia del barroco tardío de la vieja Roma y trasplantada a Pekín, con su Sagrado Corazón, la habitual estatuilla de la Virgen sobre el altar mayor, algún santo, incluida una Santa Rita del culto actual en Italia.
El sacerdote que celebra la Misa es viejo, así como son viejos los siete chinos presentes. Murmura la Misa en latín, orientado hacia el altar.
Después de la Misa hablamos con un sacerdote más joven, mientras que se nos rechaza la conversación con el obispo que, se nos dice, habita en el recinto de esa iglesia.
Evitamos cuidadosamente toda pregunta de sabor político, pero insistimos con preguntas referidas a la religiosidad del pueblo chino.
El sacerdote, quien tiene en la mano la "Pars aestiva" del breviario, con un estilo de seminarista romano de los años ’20, no responde a cuanto se le pregunta. Es un extranjero respecto a su pueblo, y está satisfecho de adherir formalmente a esquemas que le han sido enseñados con mentalidad e intenciones colonialistas.
Muchas veces, en otras ocasiones, hemos buscado llevar nuestro discurso sobre la religiosidad del pueblo chino y sobre la libertad religiosa. Estamos convencidos de que no era para enmascarar una real actitud antirreligiosa que se eludían las respuestas. El cristianismo era la religión del patrón y de las potencias colonialistas, y lo han combatido en las personas de sus ministros, ciudadanos de los países ocupantes. Pero la Constitución china admite la libertad religiosa.


Nos parece que interesa muy poco cuál pueda ser en el futuro la actitud de Roma respecto a los obispos chinos.